jueves, 12 de enero de 2012

Decadencia


Toda nuestra ciencia, comparada con la
realidad, es primitiva e infantil... y sin
embargo es lo más preciado que tenemos.

Albert Einstein.

En su libro El mundo y sus demonios, Carl Sagan en otro de sus loables intentos por popularizar la ciencia, habla de su vital importancia en el devenir del mundo. En el libro, Sagan se lamenta también del profundo analfabetismo y desinterés científico que nos envuelve cada vez más. Describe la falta de escepticismo y curiosidad por saber cómo funcionan las cosas, y cómo estos ingredientes nos llevan a la ignorancia, a la vuelta al misticismo, la superstición y la magia. En un mundo en el que los avances científicos en medicina y otras áreas han permitido curar infinidad de enfermedades antes mortales y prolongar la esperanza de vida cada vez más, la sociedad se da la vuelta en un sorprendente espaldarazo a la razón.

Hace poco he podido celebrar dos noticias que utilizando el escepticismo y la razón de los críticos, han echado por tierra dos de los timos más ampliamente extendidos. El primero de ellos, las pulseras mágicas (esas que exhibía nuestra ex ministra de sanidad), y el segundo, la homeopatía. Por fin un estudio del Ministerio de Sanidad concluye con que la medicina homeopática no tiene efecto mayor al de un placebo. Soy consciente de que a pesar de leer esto, los partidarios del uso de la medicina homeopática muy probablemente seguirán recomendando su uso, pero esto al menos cerrará a estas prácticas la entrada en la Seguridad Social (o al menos eso espero).



Para mi desgracia, la alegría duró poco. Más recientemente aún he podido leer la confirmación de que la ciencia tiene un aspecto secundario no sólo en España (con el recientemente anunciado recorte de 600 millones de euros en ciencia y tecnología, sino de manera global, como se puede ver en EE.UU. que no contento con desmantelar en 1995 el único organismo encargado de asesorar a la Casa Blanca en ciencia y tecnología (la ejemplar Oficina de Asesoramiento Tecnológico u OTA) muestra un completo desinterés político por los temas científicos, causado tal vez por la incomodidad que a menudo estos plantean (como por ejemplo con el problema del cambio climático).

Tal vez muchos no lo vean así, pero sin duda la labor científica es necesaria. Es cierto que la ciencia no es perfecta, que tiene sus límites y que los científicos no están exentos de la falibilidad humana. Pero aún así la disciplina científica en su constante aliento por desafiar, contrastar, revisar, divulgar y mejorar sus métodos y hallazgos es lo único que nos ha permitido abandonar las cavernas y la vida nómada, con hambrunas constantes y noches en vela por miedo al depredador y a que no vuelva a salir el sol. La ciencia nos ha permitido prolongar la esperanza de vida hasta límites insospechados, reducir drásticamente la mortalidad infantil y aprovechar con la mayor eficiencia posible los limitados recursos que la naturaleza ofrece a una población cada vez más y más creciente. El pensamiento científico y escéptico nos protege de estafadores y charlatanes. La ciencia es luz en la oscuridad. Una luz que nos permite contemplar y comprender lo que antes era invisible y mágico. Una luz que revela nuevos caminos y nos muestra las maravillas y secretos que con tanto celo guarda la naturaleza.

Si damos la espalda a la ciencia volveremos a oscuridad, tal y como ocurrió en la Edad Media, en la que la Iglesia monopolizó y guardó celosamente todo el conocimiento generado por las culturas griega y romana. Una oscuridad que relegó al olvido todo lo conseguido por la medicina hipocrática, impidiendo su avance con prohibiciones como por ejemplo la realización de autopsias, y relegando la curación de enfermedades al uso de rezos y cataplasmas. Sin la ciencia y el escepticismo como armas, estamos indefensos no sólo ante chamanes, astrólogos, exorcistas, mediums, telépatas y tantos otros "hechiceros", sino también ante curanderos, homeópatas, pulseras mágicas, campañas anti vacunación, productos de teletienda y tantos otros "remedios milagrosos" a menudo incluso disfrazados de pseudociencias.

¿Te gusta usar tu ordenador y tu teléfono móvil, iluminar tu casa por las noches y tener agua caliente? ¿Vas al médico a que te recete antibióticos para combatir la fiebre y pasas por el quirófano para curar una apendicitis? ¿Te alegras de tener una familia en la que has conocido a tus abuelos y no hay ningún caso (o casi ningún caso) de muerte infantil? Si asientes ante algunas de estas cosas, no des la espalda a la ciencia y a su brazo tecnológico. Intenta pensar de manera escéptica, sobretodo con las prácticas mágicas y remedios milagrosos, esos que jamás han logrado probar que funcionan, pero que le sirvieron "al amigo del cuñado de tu vecino". Alimenta tu curiosidad por saber cómo funcionan las cosas. Protesta contra los recortes masivos en algo que es tan fundamental para el devenir de la humanidad. Preocúpate de darle una educación científica a tus hijos. Comunica tu escepticismo a los crédulos. No te dejes amedrentar por los que se burlen de ti y te llamen cosas como aburrido, estrecho de mente, reduccionista, etc. Al que te llame escéptico o incrédulo, dale las gracias por el elogio.

Y sobretodo, no tomes como verdad infalible todo lo que está escrito en esta entrada (y por extensión en este blog, en todo Internet y en cualquier libro o discurso). Si algo no te convence, razona todos los argumentos expuestos, reúne, contrasta y verifica todas las pruebas que puedas encontrar a favor y en contra de cada uno de esos argumentos y finalmente, si obtienes argumentos sólidos, refuta todo lo que esos argumentos te permitan. Porque así lo alienta el método científico.

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